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jueves, 16 de mayo de 2019

LA EDUCACIÓN EN 2030

La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar.
Eduardo Galeano.


Corría el mes de octubre de 2030. El inicio del curso 2030-2031 estaba siendo realmente fantástico. Debo confesar que sentí algo de desconfianza cuando en junio la Directora del Centro nos comunicó que Manuela, la conserje, se jubilaba al terminar el curso, y que, como estaba ocurriendo en todos los institutos, ese curso sería sustituida por un robot. Yo me imaginé una versión mejorada del robot Emilio, aquel juguete de los 90 que hacía las delicias de los niños de mi generación, pero he de reconocer que la nueva Manuela, que así es como seguimos llamando al artefacto, realizaba su trabajo a la perfección, mientras no le fallase ningún circuito. Sin embargo, echaba de menos el trato humano que teníamos con la verdadera Manuela. Pienso que eso es insustituible y muy necesario.

Las dos últimas semanas había estado trabajando con el grupo de 3º de ESO la literatura del Siglo de Oro, concretamente Cervantes y el Quijote, a través de textos y aplicaciones que el alumnado tenía instaladas en sus dispositivos. Y llegó el gran día. Gracias al convenio entre el Ministerio de Educación y el Ministerio del Tiempo, pudimos disfrutar de la presencia de Miguel de Cervantes en el aula.

Cuando llegué al instituto por la mañana, me dirigí a la sala de profesores y allí encontré a mis compañeros y sus ayudantes: el profesor de Historia del Arte estaba preparando una clase junto a Velázquez, que había ido a darles a los alumnos de 2º de Bachillerato unas pinceladas sobre Las meninas; y estaba también la profesora de Matemáticas junto a Juan de Herrera, preparando una conferencia sobre cómo aprovechó el arquitecto las matemáticas para construir el Monasterio de El Escorial. Al fondo de la sala, esperándome, estaba Cervantes. Lo primero que me dijo fue:

-Como la pluma es la lengua del alma, prepara unos pliegos, porque voy a hacer que esos zagales le den a la péndola.

La clase fue un éxito, aunque tuve que ejercer de traductora.

Para la semana siguiente preparé una nueva visita. ¡Por fin Las Sinsombrero aparecían en el currículo! Era la primera vez que viajaban al futuro, así que nos reunimos profesores de varios departamentos para programar las clases. En esa ocasión fue una clase bidireccional en la que ellas les contaron a los alumnos su experiencia y los estudiantes les expusieron a ellas sus opiniones sobre cómo había evolucionado todo.

El curso iba sobre ruedas, pero de repente ocurrió: el apocalipsis tecnológico se cernió sobre nosotros. Una gran nube se instaló en el cielo y causó que el sol, única fuente de energía desde hacía dos años, no saliese nunca más, provocando el apagón definitivo. Desde entonces, no hay pantallas en las aulas. Únicamente personas, entre ellas algunos personajes históricos que no pudieron regresar al pasado.

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