Era la peor de
las noches. Imagínate: lluvia, viento y grandes truenos a intervalos, por lo
que llevar paraguas era inútil, sobre todo, por la larga distancia que había de
recorrer.
Las indicaciones
que me dieron eran bastante claras; sin embargo, parecían interminables. Era un
auténtico laberinto que cumplía con su función: evitar que los detractores
encontrasen el lugar. Aunque la primera y más importante regla era casi un
juramento: “no se habla del Instituto Libre de Enseñanza”, el Gobierno siempre
ha encontrado la manera- más podrida y despreciable- de enterarse sobre los asuntos
clandestinos que la sociedad mueve y crea en su lucha por la justicia. Por este
motivo, si no podían guardar el secreto de su existencia, sí que habían
conseguido, desde su creación, mantener su anonimato y ubicación en absoluto
secreto, especialmente, porque cada vez se expandían hacia mayor número de
territorios, con lo que el campo de búsqueda era inabarcable.
Tras
una hora de camino, al fin llegué al último cruce y di de frente con el local. Había
llegado el momento. Hace un mes cumplí los 15 años y entre mis mensajes de
Whatsapp apareció este mapa y una nota anónima que me invitaba a formar parte
de este proyecto educativo que luchaba por recuperar la educación pública y,
por tanto, se revelaba contra la última ley educativa que se había forjado en
Europa como consecuencia del auge de los partidos de extrema derecha que
reivindicaban una educación Secundaria y Universitaria privada, exclusiva tan
sólo para quien pudiera pagar todos los costes. Mientras tanto, aquellos que no
podíamos estudiar, estábamos destinados a ocupar trabajos precarios (horas
interminables, sueldos malísimos, condiciones cuestionables desde todas las
perspectivas…).
Dicho
mensaje se borraría automáticamente en los posteriores 15 minutos de su llegada
y lectura, por lo que, si estaba interesada y dispuesta a unirme y luchar por
mi educación, debía anotarlo o memorizarlo. La nota dejaba bien claro que si
acudía, desde la primera noche establecería un contrato: recibiría una
educación completa que me garantizaría un título oficial- un falsificado sutil-
con la condición de no revelar ni el más ínfimo detalle de la organización. Si
lo incumplía, recibiría mi castigo.
He de
admitirlo, me encontraba acojonadísima frente al local, no sólo por la razón
anterior, sino también porque sabía que el Gobierno también solía investigar a
los jóvenes que recién cumplían los 15 años y, en ocasiones, encontraba lo que
buscaba.
Un futuro aterrador. Pero con esperanza y suspense. Un relato magnífico.
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