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martes, 14 de mayo de 2019

LA EDUCACIÓN EN 2030


Era la peor de las noches. Imagínate: lluvia, viento y grandes truenos a intervalos, por lo que llevar paraguas era inútil, sobre todo, por la larga distancia que había de recorrer.
Las indicaciones que me dieron eran bastante claras; sin embargo, parecían interminables. Era un auténtico laberinto que cumplía con su función: evitar que los detractores encontrasen el lugar. Aunque la primera y más importante regla era casi un juramento: “no se habla del Instituto Libre de Enseñanza”, el Gobierno siempre ha encontrado la manera- más podrida y despreciable- de enterarse sobre los asuntos clandestinos que la sociedad mueve y crea en su lucha por la justicia. Por este motivo, si no podían guardar el secreto de su existencia, sí que habían conseguido, desde su creación, mantener su anonimato y ubicación en absoluto secreto, especialmente, porque cada vez se expandían hacia mayor número de territorios, con lo que el campo de búsqueda era inabarcable.

Tras una hora de camino, al fin llegué al último cruce y di de frente con el local. Había llegado el momento. Hace un mes cumplí los 15 años y entre mis mensajes de Whatsapp apareció este mapa y una nota anónima que me invitaba a formar parte de este proyecto educativo que luchaba por recuperar la educación pública y, por tanto, se revelaba contra la última ley educativa que se había forjado en Europa como consecuencia del auge de los partidos de extrema derecha que reivindicaban una educación Secundaria y Universitaria privada, exclusiva tan sólo para quien pudiera pagar todos los costes. Mientras tanto, aquellos que no podíamos estudiar, estábamos destinados a ocupar trabajos precarios (horas interminables, sueldos malísimos, condiciones cuestionables desde todas las perspectivas…).
Dicho mensaje se borraría automáticamente en los posteriores 15 minutos de su llegada y lectura, por lo que, si estaba interesada y dispuesta a unirme y luchar por mi educación, debía anotarlo o memorizarlo. La nota dejaba bien claro que si acudía, desde la primera noche establecería un contrato: recibiría una educación completa que me garantizaría un título oficial- un falsificado sutil- con la condición de no revelar ni el más ínfimo detalle de la organización. Si lo incumplía, recibiría mi castigo.

He de admitirlo, me encontraba acojonadísima frente al local, no sólo por la razón anterior, sino también porque sabía que el Gobierno también solía investigar a los jóvenes que recién cumplían los 15 años y, en ocasiones, encontraba lo que buscaba.




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